viernes, 26 de septiembre de 2014

Sobre el cambio.





                Escribo este artículo en mi calidad de ciudadana uruguaya, haciendo usufructo de la -bendita- libertad de expresión y gala de la comprensión de algunos (pocos) conceptos a estrenar, por ser recientes, y quizá también episódicos, por juveniles; motivada, sin dudas, por la indignación ante la extendida vacuidad de la discusión política en esta campaña electoral. Fehacientemente sostengo que los temas políticos - por más amplio y vano que este concepto pueda sonar - deben cargarse de la relevancia que conllevan siempre, pero sobre todo cuando se están disputando proyectos de país, y con esto me refiero a la vida cotidiana de todos los que dentro de su población nos contamos: lo que nos sale comer, las leyes que regulan la convivencia y el trabajo, el acceso y la calidad de la educación de nuestros hijos, sus derechos, los derechos y deberes de todos. Creo, asimismo, que estos tópicos deben movilizar a los que serán o no, pero al menos buscan ser, representantes del pueblo, en este sistema en que vivimos y que se conoce como democracia representativa. Pero y sobre todo deben importar al pueblo, que es el que va a ser representado por varias ideas, por un modelo, por numerosas medidas políticas, por una agenda de derechos, por un modo de relación entre este y sus gobernantes, y todas sus autoridades y sistemas, incluyendo su aparato represivo.  Juan Pueblo y doña María, como gusta de identificarse a un individuo cualquiera que sea de la población en general, debieran debatir de política, debatir, plantear(se) las propuestas que hay, pensarlas, valorarlas, conversarlas con otros juanes y marías, instruirse, informarse, cualquiera que sea su nivel de instrucción previa, ante todo, interesarse. Entender que no todo da ni es lo mismo, y que cada partido conlleva una historia y una tradición ideológica y de prácticas, y que plantea un modo de ser, estar y de hacer.
                A estos respectos, me interesa centrar mi argumentación en la tan extendida y a mi entender, prostituida, palabra CAMBIO. Pareciera que una vez cada cinco años los partidos políticos, casi sin excepción, resetean la historia y proponen un cambio, por ende algo distinto. Parece que subestimasen la inteligencia de la gente al plantear la obviedad de que si un partido político cualquiera - desarraigándose de su historia, en el común de los casos - sustituye al que gobierna, se produce un cambio. Ignoro sinceramente la génesis de la utilización de este vocablo en la política uruguaya, pero recuerdo levemente su uso en la campaña del Frente Amplio de 1999, y claramente en la del 2004, convirtiéndose además en casi que un estandarte de este partido. Esto tuvo sentido, entendiéndose que se trata de un frente (más o menos) de izquierda(s) confrontando con dos partidos que se relevaban en la conducción del país desde sus más remotos orígenes, con una postura y un hacer (más, más o menos) de derecha. Tuvo sentido. Pero ahora parece que todo es cambio, con el agregado de que esta vez, siendo el Frente gobierno, "cambiar" implica simplemente eso, que dejen de gobernar unos y empiecen a gobernar otros. Esto es así, porque el Partido Nacional sigue siendo sus ideas y su historia, y el modo en que sus en otrora referentes gobernaron al país. Lo mismo con el Partido Colorado, salvando quizá su tenue episodio escabroso con la democracia de aquellos 70' - 80's, y el infortunado apellido de su candidato, que pese a su empeño por dejarlo atrás, persiste en la realidad y en la memoria colectiva. El tan aclamado cambio es hoy en día una farsa. Votar al Frente no es cambiar, no es cambiar votar a los partidos tradicionales, sus caras nuevas y sonrientes no son máscaras que ocultan lo que ya se sabe que hacen si son gobierno, y pese a que ahora se ha apropiado de esta palabra, no es cambiar votar al Partido Independiente, el cual a pesar de su apariencia tiene muy poco de izquierda, nada de revolucionario, y mucho de reformismo, que no es nuevo, no es cambio; quizá lo sería Asamblea Popular si, a mi entender, no careciera de un análisis real del modo de implementar sus propuestas en este Uruguay concreto, las cuales por contestatarias y radicales son las más de las veces irrealizables.
                El problema no es ante esta situación la parálisis electoral, o la desesperación ante la escasa posibilidad de cambio. Cambio se ha connotado, pero en esencia, no es sinónimo de "bueno", ni debiera serlo. El problema aquí es la necesidad - ante la ausencia de análisis - de llamar a las cosas por su nombre, y de esperar de cada uno lo que tiene para dar. Quedarse con la campaña vial y televisiva, los enfermizamente pegadizos cánticos (con letras excesivamente generales, que hablan de cosas que todos queremos: paz, unidad, democracia, fiesta y bailes colectivos improvisados) y las columneras con rostros maquillados, no alcanza. La positividad, la alegría y la paz, parecen conceptos que sirven más para un libro de autoayuda que para una campaña de aquellos que pretenden conducir un país, porque a fin de cuentas ¿quién no quiere eso para sí mismo y para su pueblo entero? Pero hay que ir al fondo, a las propuestas, a las medidas concretas, a cómo estas nos afectan, a quién se pone en cada cargo. La sonrisa en los rostros de los candidatos y abrazos entre sí, o la paradigmática - casi poética - caminata con niños correteando, no hacen al germen de la política, no son la realidad (con un toque más de humor y menos de ironía digo que nunca votaría a un candidato para que en sus funciones bese a mi hijo si nos lo cruzamos por la calle). Esto se los pido a los políticos, a los periodistas, pero sobre todo, se lo pido a aquellos juanes y marías, que son - además - quienes debieran de exigírselo a estos otros.  Un pueblo que se informa y que cuestiona y propone, forja su destino. El otro es solo el espectador del teatro vodevilesco que se nos está queriendo imponer. 

domingo, 24 de agosto de 2014

La división de la torta.

      La posibilidad de la igualdad únicamente surge de erradicar la desigualdad, y aunque parezca redundante, solo de eso. La principal igualdad, que engendra a todas las demás, es la económica, no lo digo yo, ya lo dijo Carlos Marx. No porque el dinero sea lo más importante de la vida, ni mucho menos. Simple y sencillamente porque es este es el cúmulo de posibilidades que permite una vida digna: una casa, un lugar en el mundo, abrigo, comida. Posibilita el acceso a los libros, a la cultura, al teatro, al transporte colectivo, a conocer nuevos lugares. Todos vivimos luchando por ello, corriendo tras la posibilidad de hacer u obtener cosas que nos brinden un poco de felicidad. Pero hay gente, mucha de nuestra gente que pasa frío en invierno, que duerme en lugares incómodos desde que nace, que está sucia porque no tiene agua caliente, agua potable, o incluso luz eléctrica. Hay muchos de nuestros jóvenes que no pueden terminar de estudiar ni siquiera la enseñanza media porque tienen que salir a trabajar, o porque no tienen plata para la fotocopia, o porque cuando van al liceo los compañeros les dicen que se visten mal, que huelen feo, o como no tienen plata para paseos, salidas, meriendas, cine, comienzan a perder oportunidades de generar experiencias fuera del aula, y de crear lazos. 

            Muchos salen adelante, y son héroes, mucho más que aquel a quien los padres les financian una carrera universitaria, mucho más incluso que los muchos estudiantes que tienen que venir del interior a Montevideo, dejar su vida, su familia, su casa, su mundo. Son ejemplos de vida, y de lucha, de personalidades fortísimas, que pese a la adversidad le ponen el pecho a las balas y salen victoriosos. Son un ejemplo, pero lastimosamente, son los menos. Muchos quedan allí, en el pedacito del mundo al que la distribución de la riqueza los ha confinado. Sin conocer muchas veces siquiera los confines de su propia ciudad natal, sin ver otras que las mismas caras, sin sufrir otras que las mismas penurias toda la vida. No los pusieron allí sus opciones, no sus elecciones o las consecuencias de sus actos, no la justicia divina, ni el orden jurídico: todos, como sociedad, los pusimos allí. Y  no es un sentido culposo en que entendemos que como todo el mundo es responsable, nadie lo es. Una vez le intenté explicar a mi hermano, de por entonces ocho años, el socialismo. Le dije que si teníamos una torta y cuatro persona, y una persona se quedaba con seis de los ocho pedazos que habíamos cortado, y otra con uno ¿qué pasaba? Inocente y lúcidamente, me dijo que el otro pedazo lo iban a tener que dividir entre dos. Le pregunté si eso estaba bien, si a él le gustaría comer solo medio pedazo de torta porque sí, o si incluso, le gustaría comerse seis pedazos aún a sabiendas que los demás comerían menos, se quedarían con las ganas o con hambre. Y me dijo que no, que era fácil, que él sabía dividir y compartir, que le habían enseñado en la escuela que todos podían comer dos y quedar igual de llenos. Ocho años, y lo entendió. 

               Cuando se presentan grandes planes de políticas para el gobierno, de uno y otro lado, en que se busca ganar votos para llevar adelante uno u otro de esos proyectos, siempre me pregunto por qué para el ser humano las cosas no son más simples. Todo el entramado político es una lucha por complacer a uno u otro sector que ostenta poder, por poder económico, o por poder de mover masas. Pero el peor y más profundo poder es el de entrar en la cabeza de las personas, el ideológico. Es triste ver cómo personas que dicen tener vocación educativa, piden cárceles. Como aquellas personas que deben dividir el pedacito de torta por la mitad idolatran como dioses humanos, como ejemplos de moral y vida a los que se quedaron con los seis pedazos. O peor, ver como las ideas religiosas purgan las conciencias de aquellos que ostentan al mundo sus pedazos de torta: cientos de hectáreas de campo, contra gente a la que le han dicho que no merece un lugar en el mundo, casas excesivamente lujosas y caras, contra gente que nace, vive y muere en basurales, banquetes abundantes contra personas que comen una vez por día, si acaso. Y lo más complejo en todo esto es que las personas confunden las dimensiones de la ética y la política, y se ofenden terriblemente. No es "malo" eticamente, aquel que nació en la riqueza, no es "malo" el pobre que se crió en la miseria. Pero ambas situaciones están mal, son injustas, deben ser modificadas, por ende. Es injusto que haya personas al borde de las posibilidades de felicidad, y de goce en este vida. Es injusto que nazcan personas en palacios lujosos, porque no lo merecen, así como el pobre no merece la miseria. Ni uno ni otro es bueno o malo a priori, son iguales, y como iguales debieran ser los puntos de partida desde los cuales uno y otro puedan construir su vida. Sí es malo, el que vela por sus propios intereses ignorando los del resto, pobre, rico, ser aislado que se esconde en su caverna y ostenta egoísmo. Y en esas divisiones está la base de la maldad que abunda en nuestra sociedad. 

               Sé bien que estas líneas pueden no explicar casi nada, o pueden redundar en muchas cosas de las ya dichas, pero es que es difícil no buscar algún medio de desahogo cuando se tiene un poco de conciencia social y se está en medio de la tormenta social, en el aula con los adolescentes. Son tantas las perversiones de la sociedad que han tenido que sufrir muchos de estos jóvenes reales, de quienes conozco cara y nombre, inquietudes y sueños. Demasiado más a veces que lo que muchos pudiéramos bancar en una vida. Y allí están, aprendiendo literatura o matemáticas, con una sonrisa, algunas lágrimas, y una alegría profunda de vivir que es imposible que no se contagie. Es a ellos a los que veo cuando pienso en la distribución de la torta, de la que yo pude morder varios pedazos, propios o ajenos en la vida. Es para ellos para los que quiero oportunidades reales, de dignidad, de vida, de futuro. Tan simple y tan sencillo como ponerlos en el centro de la preocupaciones de todo un país, es el único modo de prosperar como tal. 

miércoles, 9 de abril de 2014

Sobre el eslabón más débil.


Preguntómetro a prueba de conciencias.      


    

[Para no bajar la edad de imputabilidad] 



     Estamos en un proceso para ayudar a las personas a entender por qué votar la baja de la edad de imputabilidad no genera nada positivo. Mucho se ha argumentado, debatido, sentido, demostrado, y aún así parte de la población parece querer aferrarse a la idea de que esta iniciativa va a generar algún cambio, alguna mejora en la vida del pueblo uruguayo. 
    Con espíritu socrático propongo una apuesta, porque no hay posibilidad de que convenza a nadie si este no se convence a sí mismo. No voy a argumentar, solo voy a pedirle a quién lea que pase por tres estadios de preguntas que todo ciudadano debería hacerse antes de votar en esta instancia. La única condición es que el que lea se formule seria y sinceramente estas preguntas a sí mismo. 
   Apuesto que cada uno puede darse a sí mismo una nueva perspectiva sobre lo que se busca y lo que se obtiene con este plebiscito. Apuesto que se pueden inventar muchas medidas alternativas, que no corten la cadena por la parte más débil. Si se les ocurren, póngalas en los comentarios; nuestra juventud depende de todos. 


1. No vaya a votar sin cuestionarse:

¿Por qué los menores delinquen? ¿Nacen rapiñeros, asesinos y ladrones? ¿O su contexto de vida los lleva a cometer actos delictivos? ¿Qué hace el sistema para evitar que eso pase antes de que pase? ¿Los educamos? ¿Les damos un techo digno para vivir? ¿Cubrimos sus necesidades básicas? ¿Les damos cuidados de salud? ¿Les garantizamos un ambiente libre de maltratos? ¿Crecen en un ambiente familiar armónico y amoroso? ¿Quizá les generamos necesidades artificiales - como marcas o modas - y les hacemos creer que vale matar por ello? ¿Les enseñamos lo que realmente vale? ¡Ah! ¿Usted nunca vio un niño en la calle? ¿Nunca vio a uno muerto de frío, mal vestido o vendiendo cualquier cosa en un ómnibus? ¿Puede decir con la conciencia tranquila que llegó hasta las últimas consecuencias para ayudarlo y que por eso ahora apoya esta iniciativa? ¿O no hizo nada? ¿O lo que quiere es sacarlos de su vista para pensar que ya no existen más?


2. No vaya a votar sin preguntarse:

¿Por qué proponerlo ahora? ¿Por qué no cuando no habían elecciones nacionales? ¿Para juntar votos? ¿Por que no se hacen propuestas en pos de la mejora de la educación pública? ¿Por qué esas cosas llevan tiempo? ¿Por qué no tienen rédito político  -en votos - inmediato? ¿Por qué no importa que los jóvenes que están en centros de estudio públicos estén muchas veces hacinados o con problemas edilicios? ¿Por qué para los menores de edad? ¿Por qué no pensar en la re-educación en las cárceles? ¿Sirve de algo tratarlos como adultos? ¿Los ayuda a superarse como persona y a aprender de sus errores? ¿A los adultos les contribuye en su vida el pasar por un centro de reclusión y logra una posterior inserción social con oportunidades reales? ¿Le haría esto mejor a un adolescente? ¿Es que no se merecen una segunda oportunidad? ¿O  más bien debiéramos decir una primera oportunidad, dado que como sociedad no le dimos ninguna cuando era un ser desprotegido?


3. No vaya a votar sin inquirirse: 

¿Qué soluciona esta medida? ¿Se le pueden ocurrir al menos dos cosas? ¿Va a haber más seguridad si se vota? ¿Los que usan a los menores de 18 como medio para no caer en la cárcel no comenzarán a usar a los menores de 16 ahora? ¿Cuántas veces más bajaremos la edad? ¿Condenaremos a algunas personas desde su nacimiento, sin siquiera darles herramientas para que cambien el destino que les otorgamos? ¿No es eso lo que hacemos ahora con aquellos que no tienen oportunidades? ¿Van a quedar embretados en esta medida los hijos de los ricos, con caros abogados y coartadas? ¿O será que esta medida está creada para encerrar a los hijos de los trabajadores, o a los jóvenes pobres -si se quiere-? ¿Entonces estamos encerrando a los pobres por serlo? ¿Y quién los hace pobres? ¿Son responsables de eso? ¿Será que este sistema de pobreza y riqueza condena a unos y premia a otros sin que ninguno lo merezca? ¿Será que este ordenamiento no lo creó una divinidad, sino los hombres, y será que no es inalienable? ¿Será que ahora, aquellos que tienen el poder de la riqueza buscan también el poder de las ideas para convencer de que está bien encerrar a las personas cuanto antes, a consecuencia de su origen social? ¿Será que usted será cómplice?



¿Están sus hijos libres de cometer un error en su juventud que les arruine la vida entera?



Fióka Pena Fusco. 2014.

sábado, 4 de enero de 2014

¿Qué queda?

     He leído en reiteradas ocasiones, últimamente, sobre la necesidad de comunicación que poseen las personas en nuestra época contemporánea. De todas las ideas nuevas con las que he tenido contacto la que más ha quedado resonando en mi cabeza es la de que el medio es el mensaje; si puede comunicarse, es decir, si hay algún canal para que el mensaje llegue a un destinatario, no importa si hay un mensaje, por el solo hecho de poder decirlo, hay que decir cualquier cosa. 

        Esta idea me llevó a entender con un poco más de claridad el proceder cotidiano de muchas personas. Harto se ha hablado del vaciamiento de sentido que hay en las redes sociales. Hace un tiempo un amigo me decía que por lo que la gente escribe en estas, parece que hubiese perdido todo juicio o que quisiera someter su cotidiano a una exposición social verdaderamente vasta. Yo creo que lo que vemos publicado diariamente no es más que lo que las personas son. Incluso las empresas han adquirido la costumbre de mirar los perfiles de las redes sociales antes de contratar a sus nuevos empleados. Es que allí la persona, que actúa como si no tuviera espectadores, pero sabiendo muy claramente que cada cosa que publica repercute en otros, se expone por entero y des-vela los recovecos más íntimos de sus experiencias. 

         Los problemas que esto genera son varios y de diversa índole. En principio, conocer enteramente a otra persona nos hace visualizarla en lo más elevado de su ser, así como en su condición más miserable. Ya Pascal nos decía que los seres humanos pueden ser lo más elevado o lo más miserable de todo lo que existe, y yo creo, por cierto, que un poco de ambas cualidades co-existen en cada uno de nosotros. Pero además, esto posibilita dejar como una marca indeleble, volando por siempre en redes y nodos dispersos en el etéreo, el testimonio de lo que las personas han sido a lo largo de su vida. Sus cambios de ideas, de modos de sentir, su cotidiano, en resumen, su mismo ser. Ya ni siquiera es necesario cargar con el estigma de la memoria, porque todo queda allí, en datos empíricos, por siempre accesibles y no borrados del todo. Considero esto pernicioso en dos aspectos. En primer lugar, porque conocer a una persona en todo su esplendor -sea este de luz o de sombras -, pero sin querer establecer con ella una relación real que vaya más allá de la superficilidad de lo cotidiano, hace que se genere una especie de relación ficticia, cuasi narrativa, puede decirse, en la cual todos podemos contar la vida de los otros, sin que nos interese en realidad, o peor aún, pudiendo emitir juicios desde la imparcialidad que brinda lo que una persona puede llegar a presentar en este espacio donde cada uno aparentemente elige lo que quiere ser, aunque indefectiblemente termine siendo lo más sí mismo que puede. Y si a esto le sumamos la exposición que implica que no solo puedan ver lo que somos en tiempo presente, sino lo que hemos sido, lo que hemos cambiado, se forja una combinación del todo estigmatizante. 

       La capacidad humana de juzgar es tan volátil y banal que todo el mundo se siente con el derecho de opinar en vidas ajenas, en historias que aunque se pueden narrar, no les son propias, y en razones que no pueden siquiera esgrimirse. Y lo paradójico del asunto radica en que todo el mundo siente que es parte de su libertad de expresión hablar sobre los demás, pero se hiere profundamente si el tema de conversación es sí mismo. Es posible hacer críticas, nunca asumirlas. La segunda parte de esta idea es aceptable; apelar a una existencia libre de la palabra (muchas veces pre-) juiciosa de individuos que como lectores contemplan una vida desde fuera y asumen la soberbia de ser mentores de conducta y carácter, es no solo lógico, sino también respetable. La primera parte, por el contrario, es incomprensible, porque tan viejo como el refrán no hagas lo que no te gusta que te hagan o como el presagio bíblico es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, está la capacidad del hombre de sentirse con la valía moral de inmiscuirse inapropiadamente en existencias ajenas. 

         Todas estas reflexiones derivan inalienablemente en la pregunta central de este ensayo y que se expresa cabalmente en el título del mismo: ¿Qué queda? Me pregunto qué tiene para dar una persona en la intimidad si da todo de sí en los espacios públicos. ¿Es que queda algún recobeco para un nimio espacio privado? ¿Qué puede una persona cuya exposición social es muy elevada, ofrecer a otros que no hayan elegido su compañía por el catálogo que sobre sí proporciona y actualiza diariamente? 

           Me preocupa -y en esto sí me siento con la legitimidad de hacer juicio - la despreocupación acrítica con la que las personas desnudan su ser. No solo porque esto a la larga afecta la construcción de relaciones sanas y de experiencias per se intrasferibles e inmanentes al ser íntimo de cada individuo. Me preocupan, sobre todo, porque desdibujan los espacios que construyen tradicionalmente las relaciones que permiten al hombre una convivencia social. ¿Qué es lo público y qué lo privado si todo es público? ¿Cómo pueden diferenciarse las esferas de la vida humana si todo lo que sucede se encuentra en la misma jerarquía? 

            La vida propia, los sentimientos más profundos del ser, los pensamientos, están ahí, servidos en la bandeja diaria para todos los trogloditas que deseen consumirlos. No existe un engaño ideológico o alienante para cautivar a las personas, dado que estas eligen diariamente actualizar su biografía para voluntariamente exponer su cotidiano transcurrir. Ya no es necesario el espionaje, no es necesaria la seducción, no hay misterios, el mundo se devela y su fealdad queda expuesta feacientemente. Las injurias y calumnias están a la orden del día, y la falsedad se confunde irremediablemente con la verdad, y el entramado del mundo se exhibe, complejo y banal, e iguala lo más sublime con lo más bajo. Y sin ese velo cabal, sin nada que des-velar, sin secretos que generen un vínculo íntimo de dos, sin complicidad, sin vergüenza ni miradas cautivantes en la soledad de una alcoba que no terminen en un comentario mediocre, todo se subsume en un aburrido mundo hiper-informado y para nada interesante. Se recurre a la exposición por miedo a la soledad, y la soledad termina abrumando; no hay ya posibilidad de esa soledad reflexiva y paciente, pensativa y dubitativa, que mueve a las ideas. 

¿Qué esperamos de un mundo en el cual ya no queda nada que des-cubrir, no ya misterios que des-velar? ¿Qué de un espacio donde lo que no se dice aparentemente no existe y donde lo que se dice cobra una volatilidad pueril que des-valoriza por completo toda experiencia reflexiva? ¿Qué del amor, qué de la guerra, si solo son comentarios efímeros? ¿Qué queda?








-Los guiones en las palabras, sí, estuve hoy leyendo a Heidegger-.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

De cómo la abundancia es miseria.

Las imágenes que entristecen, las presentaciones con canciones lentas y dolorosas, las visiones desgarradoras, abundan. Es tan fácil acceder a ellas como inevitable. Están en las redes sociales, en los periódicos, en la televisión, en la cotidianeidad, indefectiblemente. Incluso cuando las personas no quieran verlas - aunque a veces esto es más bien la excepción - es casi imposible evitarlas. Esto hace que estemos acostumbrados a convivir con el dolor ajeno, con lo más desgarrador del mundo, con la miseria más baja y la vileza más triste. Pero raras veces nos damos cuenta de eso. Nos compadecemos y hasta lloramos con las historias ajenas por espacio de un minuto, o dos, y luego dejamos de lado esa visión trágica y nos dedicamos a ocupaciones pueriles. Es que no se puede vivir inmerso en el dolor y la miseria, y también de cosas buenas está lleno el mundo; pero cabe preguntarse si tanta abundancia de información puede pasar así tan vanamente por la vida de tantas personas. Es paradójico el hecho de que la mayoría de estas contemplaciones no generen más que una nimia empatía o una indignación pasajera. En el mejor de los casos derivan en una constatación de que el mundo es un lugar trágico y doliente, pero no más. 

No es cosa nueva este entretenimiento superfluo, diseñado para coartar el pensamiento más que para generarlo. Ya lo decía un viejo dicho romano: "Duas tantum res anxius populus optat, panem et circenses" (el pueblo ansioso solo dos cosas desea: pan y circo). Si falta la primera surge la manifestación y la lucha, pero si falta la segunda comienza a gestarse el pensamiento. Ninguna de las dos puede permitirse libremente, porque son las mejores armas contra el poder corrupto. Y sin embargo, seguimos proclamando ansiosos nuestra cuota de idiotez procesada, para evadir los silencios meditabundos y ciertamente provechosos. Tal como dice el dicho, es el pueblo ansioso el que espera, no es algo que debe ser impuesto desde fuera, sino que es algo que las propias personas añoran. 

Es que ya lo dijo Jaspers hace más de medio siglo, el primer origen de la filosofía es el asombro - también la duda, la necesidad de comunicación y las situaciones límite-, y eso es lo que la abundancia de información ha dejado de generar, asombro. Ya no nos maravilla aquello que se ha vuelto cotidiano, no nos deslumbra, justamente porque es diario. Entonces no mueve al intelecto, no lleva a reflexionar en profundidad, y cuestionar con hondura a esas situaciones. No genera dudas, y mucho menos hace que sintamos eso que le pasa a otros como situaciones límite. Por suerte el mundo queda lejos. 

Lo alarmante es que la ruptura de este círculo vicioso ha de surgir de la necesidad de cada uno de no ser parte de este. No podemos seguir depositando nuestras culpas en el terreno ajeno para victimizarnos por nuestra concienzuda pobreza intelectual. Pensar no ha de ser trabajo de intelectuales, que como el mundo, quedan lejos, sino que el intelecto es la capacidad humana mejor distribuida. Estamos tirando por la borda lo más elevado de nuestro ser. Ni siquiera necesitamos grandes producciones, embellecidos discursos o magnánimas escrituras, sino simplemente cuestionamiento, indagación. Es necesario retornar, y es posible para quienes estén dispuestos a hacerlo, a la reflexiva búsqueda infantil de los últimos por qué del universo, y sobre todo de los por qué del mundo humano. 


Quizá se pueda acercar un poco más al mundo. 


jueves, 12 de septiembre de 2013

La violencia nuestra de cada día.

Numerosos individuos utilizan cotidianamente un violento proceder en las actividades que ejercen, cualesquiera que estas sean. Todos hemos sido destinatarios de malos tratos de ciudadanos enojados en sus puestos de trabajo, transeúntes agresivos y desconocidos brutos. Quizá algunos de nosotros hemos sido también esas personas que han realizado actos de violencia a perfectos desconocidos o que los realizamos con personas más cercanas. No son novedosas las problematizaciones como esta sobre la violencia, y tampoco procuro afirmar que su existencia actual es mayor que la de otras épocas; me propongo reflexionar sobre algunas de sus causales.

Causa primera.
La carencia de aptitudes dialogales de muchas personas hace que el mejor modo de manifestarse en su desacuerdo o descontento sea un exabrupto violento. Con esto me refiero no solo a la incapacidad de recurrir a términos del idioma matizados mediante los cuales se puedan graduar las discrepancias, por falta de vocabulario, sino también a la incapacidad de argumentar racionalmente las posturas que se sostienen. Muchas veces esto radica en que la persona que recurre a la violencia para la expresión de ideas, en el fondo, no tiene ninguna idea clara y distinta que expresar. Para ello, hace falta un proceso reflexivo que clarifique lo que ha de defenderse, y que conlleva la elaboración de argumentos fundamentados mediante los cuales se pueda convencer a la otra persona de que lo que se dice es verdadero. Si la persona no realiza este proceso mental, que si bien está condicionado, no está determinado por el nivel educativo que se posea, es imposible entablar un diálogo real con otra persona; sobre todo si la otra discrepa, real o aparentemente con las posturas. 

Con esto refiero al vaciamiento ideológico que hay de fondo en las reacciones violentas. Una persona que es capaz de defender una postura mediante una serie de postulados que se ha tomado el tiempo de meditar y justificar, no recurre como primera manifestación de los mismos a una imposición por la fuerza - sea bruta o de entonación de voz-. No lo hace porque, en principio  se considera capaz de transmitir sus ideas de modo correcto a través de la palabra, y porque considera a su interlocutor lo suficientemente racional como para comprender los motivos que hay tras la postura que sostiene. En ocasiones, también, la reacción violenta se sustenta en una no consideración del otro como interlocutor digno, es decir, se visualiza al alter como un ser inferior, que solo puede acatar indicaciones, como los animales, y al que no hace falta más que acarrearlo, incluso recurriendo a su desmoralización, para que acepte algo que no puede llegar a comprender con contenidos razonables; es la animalización del interlocutor, que lleva consigo la anulación, desde el inicio, del intercambio ideológico humano. Lo que el sujeto violento no puede comprender es que al quitarle la humanidad a aquel a quien pretende "guiar", se la quita a sí mismo, porque anula la posibilidad de ser receptor de ideas ajenas; en su sesgado dogmatismo lunático no hace más que animalizarse al no postularse como sujeto poseedor de capacidad de raciocinio. 

Pareciera que mi argumentación está siendo centrada en un contexto más bien discursivo, pero en realidad, estos postulados pueden aplicarse a cualquier situación cotidiana. Si yo entiendo que alguna persona está realizando una actividad que no considero conveniente, o que valoro perniciosa en algún respecto, es necesario que se lo transmita primeramente en un tono amable, argumento el por qué de mi opinión y solicitando modifique su conducta, en pos del bien común. Lo mismo si alguien me dice a mi mismo que alguna acción que realizo no es buena o causa perjuicios, en ese tono, no solo será mejor recibida, aunque no cumpla con los requerimientos de quien me lo propone, sino que estaré más dispuesto a decirle mis razones para realizar la acción. Los gritos, improperios, y puños cerrados anulan el buen trato, no es novedad.    

Causa segunda.
La imposibilidad de la canalización de la violencia que cada ser humano contiene en sí por ciertas realidades que oprimen la concreción inmediata de sus deseos, es para mí la segunda causa de la violencia que se vive. Como ya mucho teóricos han analizado, el modo de vida contemporáneo, en el cual el individuo se ve sujeto a ciertas obligaciones que le requieren posponer la realización inmediata del placer, hace que este genere ciertas frustraciones que acumula en este diario proceder. En un ejemplo sencillo, podríamos decir que frente a la necesidad de descansar lo suficiente, muchas veces las personas deben interrumpir su sueño para cumplir con obligaciones laborales o de similar índole; esto genera que el individuo interrumpa un estado de placer para cumplir con una actividad que coercitivamente debe realizar, y esto le genera un malestar. Aplíquese este ejemplo a innumerables situaciones, muchas veces inmensamente más complejas. 

En esta rutina de pesar y de interrupción de los deseos es que el individuo comienza a gestar en su ánimo ciertas incomodidades que llegado un punto se manifiestan en conductas violentas. Así, muchas veces personas que no son realmente culpables de la situación en que se encuentra el individuo que se ha frustrado, terminan siendo receptoras de su proceder violento. El malestar que esto mismo genera comienza a producir una cadena de violencia que se desarrolla del modo que tan a menudo logramos visualizar. 

La solución sería que los individuos lograsen canalizar esos impulsos en otras actividades que lo liberasen de esos impulsos violentos. Así, la persona estaría mejor consigo misma y podría entonces desalentar la necesidad de contribuir al círculo de violencia existente. El arte, el deporte, el tiempo libre bien entendido, la concreción de metas personales, y todo aquello que contribuya a que el individuo se realice en su cotidianeidad son formas en que este sentir puede mitigarse. 


Causa tercera.
La normalidad de la violencia, el acostumbramiento a la misma, la trivialización de sus efectos, es el tercer motivo por el cual es tan común que esto suceda. Perder la capacidad de asombro en lo que a los efectos de la violencia refiere, es un modo de naturalizarla, y de quitarle, muchas veces, lo irracional y desnaturalizada que es en sí. Como comúnmente las personas ven, escuchan, saben de situaciones de extrema violencia. Hay millones de vídeos en internet, es cosa sabida; pasan esos mismos vídeos en horarios donde los televidentes son de todas las edades. No importa cuánto intente evitarse, la violencia se inserta en la vida de las personas comunes, al punto de que situaciones que antes podían horrorizar a quien las contemplaba, hoy en día pueden causar desagrado, pero no indignación, pero no extrañamiento, y evidentemente tampoco demasiadas ganas de contrarrestar esta situación por parte de la mayoría de la población. Es claro, si un programa amarillista sube cada vez más su audiencia es porque hay del otro lado una cantidad enorme de personas que gozan con la contemplación de estos actos; los vídeos sobre tragedias filmadas en vivo y directo se vuelven virales en internet en muy pocas horas. Claramente, el ser humano siente algún tipo de atracción natural a la contemplación de la violencia, pero eso es educable, en parte. 

El mejor modo de revertir esta atracción natural que se siente, es no naturalizando la contemplación de la violencia misma, que conlleva, sobre todo en los más jóvenes, una tendencia a la reproducción de la misma. Es simple, si lo que veo a diario, cada vez más explícito y desgarrador, se torna inversamente proporcional a mi incapacidad de contemplarlo, llevar estos actos a la realidad, si bien no es que sea algo que se da automáticamente ni mucho menos - por suerte - en la mayoría de los casos, es algo mucho más fácil. Si la violencia se desnaturaliza, se vuelve a resaltar su carácter de horror, y esto restaura la capacidad de asombro y el rechazo de las personas a situaciones que no son propias de la normalidad. En caso contrario, el acostumbramiento genera una aceptación mayor de la violencia en la realidad. 


Causa cuarta - y final-.
La incapacidad de las personas de plantear situaciones explícitamente, en el momento indicado, es otro componente que alimenta las manifestaciones violentas de planteos de situaciones incluso a veces triviales. Cuando estos no se realizan en el momento en que deben y al destinatario al que deben ser presentados, comienza a gestarse un sentimiento de rencor, muchas veces alimentado por imaginaciones propias de la personas que consigo misma o en conversación con otros, comienza a hacer de los planteos iniciales una gran "bola de nieve", que al momento de transmitirlos a los otros se han trocado en algo mucho más complejo, y que merece una reacción mucho más violenta de lo que hubiese sido inicialmente. Esto es lo que la persona increpado recibe, y por ende, en consecuencia de lo que responde. 

El miedo inicial al "choque" con el otro hace que lo que suceda posteriormente sea aún peor. Si las personas tuvieran la valentía de defender sus convicciones en los momentos indicados, a quienes deben ser dirigidas, y con el tono correcto, muchas de las reacciones de violencia, sea esta explícita o subyacente, podrían ser dejados de lado. 


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Reflexiones finales.
La violencia, tan prostituida en su análisis, no es más que la manifestación de la incapacidad del ser humano de poner en práctica sus facultades más elevadas para el intercambio con los demás. Tal como lo planteaba Pascal, conviven en el hombre la naturaleza de lo más bajo y lo más elevado, y estas dos fuerzas lo tensan como una cuerda jalada desde dos extremos. En tanto su conciencia y capacidad de discernimiento y decisión sean fortalecidas, será menguada la violencia innecesaria. Por algo ninguno de los grandes pensadores de la historia ha arengado a la violencia per se, y aquellos que las han mencionado como herramienta, siempre ha sido para conseguir un fin superior, en el cual esta esté erradicada del todo. No creo que se pueda justificar la paz por la violencia, pero, como dije, hay muchos tipos de violencia que no solo la física que oprimen a las personas en su vida cotidiana. Es por ello que hay que considerar, en cada contexto histórico, si un acto violento puede erradicar de raíz un proceder violento de unos pocos a unos demasiados. Creo que hay medios mejores. 


martes, 23 de julio de 2013

Jesús, que andaba descalzo.

"Jesús le dijo:
Si quieres ser perfecto,
anda, vende lo que tienes
y dalo a los pobres..."
(Mt:19: 21)

Ser cristiano en un mundo capitalista ha de ser algo bien difícil de afrontar si uno es un ser medianamente consciente. Santificar a seres que hacen magia y esperar cosas fantásticas que cambien el mundo, en la era de la ciencia dura, también.

A mí se me presentaron varias contradicciones, siendo la principal la referida a la entrega que la doctrina requiere y a ciertas manifestaciones contradictorias sobre la voluntad de Dios. Partamos de la base de que las iglesias son construidas por seres imperfectos, que alaban a un Ser Perfecto, cuyos designios, asumen desde el comienzo, no pueden comprender en todas sus implicancias. ¿Cuánta validez tienen entonces, desde el inicio, las afirmaciones que se hacen a cualquier respecto de lo que Dios quiere para los hombres? Se me presenta claro el poder político e ideológico que tiene la iglesia sobre miles de almas que actúan bajo sus designios por la búsqueda de la trascendencia. Creo que muchas de esas miles de almas no visualizan que lo único que hay seguro es el aquí y el ahora, y las cosas que se hacen han de ser productoras de un gozo terrenal - quitemos de esta formulación toda idea de solo gozo carnal -, porque de lo demás no podemos estar seguros. Con esto no estoy queriendo hacer apología de un 'carpe diem' mal entendido, por el contrario, propongo, con miras a una trascendencia posible, goce de cada una de sus acciones y reflexiones diarias, valore las cosas concretas por sí mismas y no en pos de una sumatoria de actos que lo lleven a otra cosa que no el aquí y ahora, mejor, de seguro.

El problema principal de asumirse cristiano es señalar a los demás, cuando la génesis de esta creencia es justamente no hacerlo. La humildad es un valor fundamental que increpa la posibilidad de sentirse elegido por la adhesión a un dogma; esto es paradójico. Es humano sentirse regocijado en el ejercicio de la verdad - aunque podríamos discutir si no nos movemos simplemente en el plano de la certeza -, pero es cuestionable hacerlo cuando esta verdad asemeja a todas las personas, la posean o no. 

La complicación de vivir para El Más Allá, es que en el más acá las divisiones que se zanjan entre los individuos hacen que algunos estén hundidos en el barro y otros bailando en salas de oro sólido. Yo tendría miedo si fuese de la segunda casta. No creo que a Dios le baste con purgar los pecados en las confesiones de los Domingos. Ya Jesús dijo 'los últimos serán los primeros' y ¿hay gente rica que aún cree que va a poder ir al cielo? No ataco a la gente que trabaja, como muchos me podrían decir, que se 'ganó' su riqueza en base a su esfuerzo. Simplemente hago cuestionar aquellos que al mismo tiempo que acumulan capital a través del trabajo ajeno, dicen que hay que dejarlo todo para seguir a Jesús. ¿Qué has dejado, más que la vergüenza, al decir esas palabras? Dar TODO por amor, no es dar lo que me SOBRE, sino dar TODO, lo que tengo. De otro modo, más vale callar que proferir injurias.

Siempre me ha parecido que en la defensa máxima de estos valores como estandarte de la vida se tiende a incurrir en este mar de contradicciones, en las cuales, Biblia en la mano derecha y billetera en la izquierda, el ser humano deja patente su intrínseca oposición entre ideal y realidad. El Reino de Dios, tal como dicen las Sagradas Escrituras, no se va a instalar por sí mismo en la tierra, si no son los hombres los que los instalan. ¿No es momento, entonces, si tanto lo defendemos como lo que se quiere, de generar condiciones para que el Amor de Dios sea equitativamente repartido entre todos los seres humanos que han nacido en la tierra?

En estos días miles de personas viajan desde su país para recibir agua arrojada por el Papa, a través de la cual se reciba el amor de Dios; mucho más que con el agua de la lluvia, en apariencia. Ese Papa que se alaba porque ¡anda en tren!, ¡saluda a la gente!, camina en vez de andar en auto, y habla con los mandatarios del mundo, enviando saludos a los pueblos. Mi gran pregunta a este respecto es cómo a las personas no les resulta absolutamente contradictorio alabar a un ser humano porque hace las cosas que todos los demás seres humanos hacen, cuando supuestamente representa al Hijo de Dios en la tierra, quien no sólo andaba semi-desnudo y descalzo, sin ninguna posesión material a cuestas, que abrazaba a los enfermos con las infecciones más contagiosas y escuchaba a todo ser, por miserable que pareciere, porque entendía que todos somos igualmente valiosos para el Sempiterno. ¿Por qué, entonces, ir a alabar al Papa como si fuera un cantante de moda, con gritos y llantos, mientras rodeado de guardia policial recorre las multitudes bendiciendo de lejos a los fieles que se han congregado allí, tras haber desembolsado una cantidad de dinero importante porque los costos de esa jornada no son nada reducidos? ¿Solo a mi me salta a la vista que el pueblo de Dios no es aquel que se congrega para alabar a una celebridad eclesial, sino que el que todos los días le da la mano al que está caído, contribuye a subsanar las desigualdades del sistema y lucha por la igualdad radical de los hombres? ¿Es acaso erróneo pensar que Jesús hubiese preferido que el dinero invertido en la satisfacción de estar a escasos metros del Papa, se hubiera invertido en algo que genere mejores condiciones para las personas que habitan el mundo? ¿O es que Dios está allí donde los ricos pueden acceder, y se ha alejado tanto de los pobres porque estos no pueden pagar un pasaje de avión ni un carísimo hotel para ver a su representante en la tierra?

¿O no será momento, de una vez por todas, de abandonar tales discursos vaciados de sentidos y admitir que aquel Paraíso en la Tierra en imposible de construir en la realidad, que hay Hombres mejores que otros, y que merecen más la gloria y alabanza, que Dios se ha olvidado de unos cuantos y que más vale vivir en la lógica del capital y del gasto desmedido que dar la vida y las propiedades para crear una SOCIEDAD JUSTA?